Lo mejor de los espacios vacíos es la creatividad con la que
los puedas llenar. Como un suspiro, por ejemplo, no se llena con cualquier
cosa. Llenar el vacío de alguien que se fue, es casi imposible. ¿Cómo llenar el
espacio de una presencia que no tiene cuerpo, ni forma, no se ve, ni se toca,
solamente se siente. A veces demasiado grande, a veces demasiado extenso.
Y así
es como pasas tus noches y tus días dándote cuenta de la dimensión de los
vacíos de tu interior, a medida que vamos encontrando cosas que creemos
abarcarán. En realidad, eso es lo fatigante de esas presencias perdidas, entre
más te das cuenta que existen bastantes piezas que se asemejan y te dan la impresión
de sentirte completo, de pronto, puede escapar una bocanada de aire y sientes de nuevo el
hueco por ese suspiro exhalado, y te lleva a sentir una ligera frustración al
percatarte que no es la pieza indicada para llenarlo. Pero encontrar una pieza
que amolde perfectamente a ese hueco, es imposible.
Y me vienen a la mente dos caminos: darme cuenta que esa
ausencia no se llenará con nada, es unívoca. Dar la vuelta y aceptar que no la
puedo llenar porque nunca embonará perfectamente,
siempre habrá un espacio para el suspiro.
Tambien, puedo seguir intentando llenar esos
vacíos, buscando piezas que amolden, o en su defecto, desistir y dejar que esa
presencia que está en algún lugar de tu habitación, un recoveco que no logras
definir, simplemente dejarlo ser, que crezca o por suerte, un día, sin darte
cuenta se desvanezca.
Eso es lo aterrador de esas presencias; Que si decides
dejarlas ser, intocables, impensables, tal vez se llenen solos, pero quizá,
siempre te acompañe esa presencia, seguido de un hueco en el estómago de cada
suspiro simplemente por saber que esa ausencia aún está presente.